Capítulo 1: los cuatro elementos

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Por primera vez desde que tenía memoria sentí miedo, era como si me asfixiara y me volviera más pequeña

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Por primera vez desde que tenía memoria sentí miedo, era como si me asfixiara y me volviera más pequeña. Temblorosa, observé mis manos de tez pálida, mis brazos, sentí la suavidad de mi pie y moví mis piernas.

—¿Cómo estás?

Me volví sobresaltada hacia una silueta cuyos contornos se dibujaban pálidamente con los rayos de luz del padre Sol.

Rápidamente me hice hacia atrás, pero mis manos eran tan torpes y fluían tan poco, que me caí de espaldas.

—Tranquila, tranquila... —dijo alzando suavemente las palmas de sus manos.

Lo primero que entendí fue que aquella caída me había dolido... ¿Cómo era eso posible? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué ya no era Agua? ¿Qué había hecho Mar conmigo?

Volví mi atención al hombre que me miraba fijamente. Él sonrió, provocándome una nueva sensación de bienestar, mi corazón... ¡¿Mi corazón?!

Toqué mi pecho... ¿Pero qué tenía encima?

Moví la cabeza hacia abajo y observé una prenda negra que cubría mi piel. Me sentía tan confundida... ¿Cómo había llegado hasta acá? ¿Por qué? Mi única seguridad y tranquilidad en ese momento era que Mar me había dejado con una cierta sabiduría humana, porque de otro modo, no podría comprender a ese hombre.

—¿Cuál es tu nombre? —por primera vez me encontré con sus ojos claros y sentí una especie de calidez en mi interior.

Entonces mis labios se despegaron levemente, preparándome para algo que nunca había hecho antes:

—No —mi voz temblaba—... No tengo...

¡Tenía voz! ¡Podía hablar! ¡Alguien me escuchaba!

—¿No tienes?

Le sostuve la mirada sin mediar palabra, mis labios temblaban aún por el esfuerzo.

—¿Qué pasó? —murmuré finalmente.

Él vaciló antes de contestar:

—En realidad no lo sé... te encontramos tirada en la arena... —me miró de pies a cabeza y frunció el ceño— desnuda.

¿Por qué de repente su mirada me incomodaba? No pude más que desviar mis ojos hacia lo que me rodeaba. Me costó un largo rato asimilar los materiales y colores. Mar inteligentemente me había dado la información necesaria, pero no estaba familiarizada en lo absoluto. Todo era abrumador, por fin escuchaba, veía, sentía y, sobre todo, ¡hablaba! ¿Pero por qué? ¿Cuál era la finalidad de todo esto?... En el vientre de Mar sabía que debía guiar a mis hermanas a las primas Lago, pero aquí... ¿Aquí debía guiar a alguien? ¿Por qué me encontraba aquí?

—Te ves desorientada —dijo sacándome de mi ensimismamiento. Y efectivamente... lo encaré desorientada.

Reconocí las paredes de palma y el techo de hojas. Mis pies tocaban la arena. Yo estaba sentada sobre un suave material blanco.

—Yo soy agua —quise explicarle.

Él frunció el ceño por segunda vez.

Y ahora que me acostumbraba a mis nuevos ojos y a los detalles, descubrí con mayor nitidez la figura alta de él, su cabello castaño, sus brazos fornidos, su mirada profunda. Así que así se veía un humano de cerca y en sus condiciones normales...

—Deja de observarme así o pensaré que tus intenciones son otras —dijo con un tono burlón.

¿A qué se refería con eso?

Él se acercó a mí y yo de nuevo intenté retroceder, pero mis brazos me seguían flaqueando.

Él disminuyó la velocidad de sus movimientos.

—Tranquila —insistió suavemente— sólo quiero ayudarte a incorporarte.

A pesar de sus palabras. Me moví con cautela. Y a su tacto, no pude evitar contraerme. Los latidos de mi corazón se habían acelerado.

Verdaderamente me había vuelto humana por completo... no lo comprendía.

Sus manos pasaron por debajo de mis axilas. Me alzó levemente y dejó que mis pies tocaran la arena.

—¡Ian! —se escuchó fuera.

Él no me soltó. Mis piernas temblaron.

—Al menos... ¿Sabes de dónde vienes?

Lo miré a sus ojos castaños, descubriendo mi reflejo en los mismos.

—Mar es mi madre —intenté explicar por segunda vez.

—¿Así se llama tu madre? ¿De dónde vienes?

Quise contestarle, pero todo me cansaba; el simple esfuerzo de intentar mantenerme erguida me hacía desfallecer y tambalearme hacia atrás.

—¡Ian! —dijo una mujer que entró y se paró cruzada de brazos. Se parecía mucho a él por las facciones marcadas y el color de cabello, pero se notaba que ella era una hembra de su raza por las curvas de su cuerpo.

—Te dije que no dejaras tu tabla a la deriva ¡Casi se la lleva el Agua!

Él se volvió hacia ella al tiempo que yo daba mi primer paso vacilante. Era tan distinto a mi estado anterior, en el que me movía con rapidez como si estuviera levitando. En ese estado podía tomar la forma que quisiera, mientras que ahora tenía que adaptarme a la forma que ya tenía y además hacer esfuerzo al moverme.

—Mara... ¿Qué no ves que ya despertó?

Ella me miró de pies a cabeza sin dejar de cruzar los brazos.

—Sí ¿Y? Eso no significa que debieras dejar tus cosas.

El tal Ian no contestó y me ayudó a dar mis siguientes pasos. Con cada uno que daba, se volvía un poco más sencillo.

En ese breve lapso quise analizar mi situación... aunque no era muy propio de mí analizar. Hasta ese momento solo podía afirmar dos cosas: una, era humana; dos, Mar me había mandado pero no me había dicho con qué fines.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora