Capítulo 1: Made in China.

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Todo comenzó en una fábrica semi abandonada de un pequeño pueblo chino. Recuerdo que mi nana, Tori Yaine, me cosió durante meses, haciendo que sus exhaustas y descuidadas  manos, las que tanto añoro, dieran forma al cuerpo del peludo oso que ahora soy.

Mi formación duro cuatro meses, ni un día más ni uno menos. Ella me cantaba canciones en su idioma; canciones sobre la amistad, el amor y la lealtad. Sus manos y el relleno de peluche me dieron la forma perfecta; pero su amor, su dedicación y alguna que otra lágrima que derramó sobre mi pecho me otorgaron la vida.

Después de los cuatro meses reglamentarios, esos hombres me alejaron de su vieja mirada, hundida y rasgada, no solo por el cansancio de cargar con el peso de la vida ella sola, sobre su curva espalda.

"Nana -pensé para ella-, por favor, no dejes que me lleven".

Pero no me escuchó. Mierda, ese era mi mayor defecto: la falta de comunicación. ¿Por qué me habían dado la posibilidad de sentir sin poder expresarlo?

"Nana", hize otro intento, pero no me escuchó.

Me arrastraron hasta un camión, el cual rugió poderoso, creyéndose tigre sin llegar a roedor.

Y mi Nana se quedó llorando. Yo hubiera llorado, si tuviera lágrimas. Por suerte llovía, lo que hacía que sus marcas de dolor no dolieran tanto.

Me arrancaron de sus brazos sin siquiera preguntar antes mi opinión.

Y aunque un oso no acostumbra a decir palabras feas, yo pensé: "Hijos de puta, me vengaré por hacer llorar a mi Nana".

El problema era que solo podría vengarme a abracitos.

Miré por la ventana rectangular del camión por última vez y pensé:

"Te quiero".

Eso lo escuchó, sé que lo hizo; su sonrisa la delató.

Decidí no hacerme ilusiones; sabía que no la volvería a ver. Por suerte ella me crió fuerte y leal y sus cicatrices me mostraron la cruda realidad. "El mundo es cruel -me dijo- por eso necesitan a los osos de peluche".

Pero todo eso no me impidió volver a verla en mis dulces, dulces sueños.

***

Mi viaje me terminó llevando a rastras hasta la pastelería más empalagosa -lo sé, lo sé, un oso de peluche es de las cosas más dulces que hay, pero esa pastelería era demasiado incluso para mí- de la cuidad a la que llaman Chicago.

Estaba sentado sobre una de las estanterías del mostrador. El brillante sol de esa ciudad a la que llaman Chicago amenazaba con quemar cada uno de los pelos que me había cosido mi Nana.

Recuerdos mis pensamientos suicidas en ese momento. Aún no me acostumbraba a la falta de cariño y el dolor de mi pecho me decía que fuera fuerte, que resistiera, que iba a volver a ser querido como lo fuí antaño.

Pero yo quería morir, lo que para un oso de peluche es bastante complicado.

Entonces su sonrisa iluminó el local, haciendo que se apartara de golpe mi nube negra.

—¿¡Cómo está hoy la pequeña Allie!? —exclamó la estúpida de la dependienta.

"La pequeña Allie -pensé-, ella es... la Única".

No sé por qué pensé esa cursilada (bueno, puede que fuera porque soy una máquina de abrazos) pero lo hize, aunque no me pareció racional.

Su pelo era castaño, pero no el castaño... castaño. Su pelo era del color del chocolate. Sus ojos formaban dos grandes círculos perfectos color azul océano y sus mejillas rechonchas se hincharon a la par que sus rizitos bailaban mientras reía.

Y su risa... Dios, su risa te hacía querer reír.

Sus zapatitos negros dejaron de hacer ruido y su corto vestido apaciguó su galope. Iba de la mano de su hermano mayor, dándo un paseo me supongo,cuando pasaron justo delante del mostrador.

—Hoy se levantó con ganas de algo dulce —explicó el hermano—. Y aquí estoy, dispuesto a consentirla.

—¡Anda, que buen hermano mayor que tienes, eh! —dijo la dependienta.

La pequeña Allie asintió mientras paseaba la vista por toda la tienda. Sentía sus ojos acercarse a los míos mientras el relleno de peluche de mi barriguita amenazaba con salir fuera de mi cuerpo.

"¿Seré lo bastante adorable?", pensé.

Cosas de oso.

Entonces nuestras miradas se encontraron y juro, JURO por mi Nana, que el tiempo se detuvo.

Mis ojos no eran muy bonitos que digamos, solo eran dos botones negros y sin vida. Pero su mirada era tan brillante que iluminaba la suya y la mía en conjunto.

Nos quedamos mirándonos por mucho, mucho tiempo.

"Deja de mirarla fijamente -me reñí-, pensará que eres un acosador, la asustarás".

Pero era un oso, y no podía moverme, ni girar la vista. Joder, se suponía que era una pelota de tela inerte, era normal que no girara la mirada. No era raro ni nada, ¿verdad?

Además, aunque pudiera no lo hubiera hecho, no porque fuera un osito pedófilo ni nada parecido, sino porque ella era mi Única, y yo era su Único, y sentía que podría observar su dulce rostro durante toda mi osada vida.

Y volví a nacer cuando ella dijo:

—¡Sito, Sito!

"Sito -pensé-, me gusta ese nombre".

—¿Quieres ese oso? —preguntó la dependienta.

—No, vinimos a por pasteles. Ya tienes bastantes peluches.

—¡Sito, Sito! —protestó—. Tom, ¡Sito, Sito!

Nuestras miradas seguían unidas y me enorgullezco al saber que solo ocurría porque ella quería.

—Creo que fué amor a primera vista —dijo y me bajó de donde yo había acostumbrado a tener mi esponjoso trasero—. Te lo regalo.

—¡Bien! —aplaudió MI pequeña Allie mientras me daba el abrazo más dulce que había tenido el placer de degustar.

Porque ella ya era mía, y yo ya era suyo.

—¡Qué suerte tienes, pequeñaja! —le sacudió el pelo Tom, su hermano.

Pero ella no lo escuchaba, solo me abrazaba con fuerza y musitaba junto a mi oreja de oso demacrado:

—Mi Sito.

Y yo pensaba: "Mi pequeña Allie".

Ni siquiera le importó que fuera Made in China.

Memorias de un Oso [Historia corta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora