El Remember

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La noche que vino a verme, el cielo estaba rojizo a las 17:30 de la tarde.

Ese color hermoso empañado con el smog invernal de Santiago, me hizo sentir que algo malo ocurriría cuando mi ex fue a verme para ponernos de acuerdo en algunos trámites pendientes. Un aviso de que el cielo traicionero es capaz de ser majestuoso en la tarde y en la noche vomitarnos encima un manto gris antes de desaparecer en la oscuridad. En fin, odio los atardeceres.

J. siempre fue un hombre sensible, atento y muy tierno. Esa noche estaba extraño como si una ola de indecisiones hubiese arrasado con cualquier vestigio de la persona que era y ahora, alto y encorvado, se paraba frente a mí queriendo decir algo con su fríos ojos verdes. Vestía de negro, como preparado para ir a un funeral y entre sus manos rojas por el frío, jugueteaba con un anillo barato, color plata, que había comprado muy probablemente en un mercado chino online.

Una comida rápida, una canción de fondo y nos besamos tras una infinidad de meses después de la última vez en que nuestros labios se despidieron. Me apretó fuerte contra su cuerpo, chocamos contra la pared ignorando que el cuadro que yacía colgado se estaba tambaleando y nos apresuramos a caer en la cama. Allí me desnudé mientras él observaba en la oscuridad, como dándose el tiempo de recordar aquellas épocas pasadas en que ambos nos amábamos antes de dormir.

Pensé que era un sueño lo que estaba viviendo, pues lo más parecido a ese escenario, eran los sueños eróticos que había experimentado las últimas semanas. Él me tomó, me siguió besando con fuerza, mientras yo me hundía en los recuerdos. Esa noche estaba amando a alguien y después de mucho tiempo estaba siendo feliz, porque en sus brazos estaba encontrando al fin lo que tanto deseaba: deseo y amor.

Hubo un momento en que me detuve a mirarlo, acaricié sus sienes y lo besé por todo su rostro. Quise transmitirle cuánto lo amaba y cuánto disfrutaba tenerlo ahí. Un beso en la frente, un beso en cada mejilla y otro en el mentón donde estaba la barba que me volvía loco. Unos 4 minutos donde olvidé todo lo malo en mi vida, como cuando uno escucha esa canción que te transporta a otros tiempos y revives aquello que te hizo inmensamente feliz. Quería poner pausa a esa canción, pero no podía, era algo que iba a terminar y yo lo presentía.

Entonces se detuvo, se sentó y exclamó las cuatro palabras más dolorosas que podría haber escuchado luego de llevarme a la cama: ya no te quiero.

No pasaron más de cinco minutos hasta que J. cruzó la puerta y se marchó. Mi cuerpo estaba semi desnudo y solo encontré refugio entre las lágrimas y el estruendo de un corazón rompiéndose en mil pedazos. En ese momento descubrí que esa persona con la que estuve mas de una docena de años ya no era la misma que me besó esa noche. Simple y tristemente se había ido para siempre. Su sonrisa, su pelo entre mis dedos y su breve silencio antes de abrazarme, se estaba evaporando por última vez frente a mis ojos como un acto final de infelicidad y melancolía. El atardecer me había dado la señal y yo la ignoré.

Ese es el problema de ser infeliz. Solo hace falta que suceda algo peor para darte cuenta que, después de todo, en realidad sí eras feliz. Breve pero demoledor ese instante en que descubres que con amar no alcanza y rompes los últimos lazos que sujetan un amor perdido.

Cuando se rompe ese lazo, creo que también se pierde un idioma. Una lengua de palabras inventadas, de dobles sentidos, de sonidos, aromas, gestos y miradas compartidas. Un idioma único, que pertenecía a dos personas en un universo y que nunca más volverá a ser lo mismo.

Si esto fuera una canción, me pregunto ¿dónde es que comienza la parte buena y dónde hay que dejar de escucharla? 

Y hablando de humillación...creo aprendí más de ella esa última noche que en toda mi vida entera. Es por eso que dos copas de vino después, decidí que si aun me queda algo de amor propio en este mal playlist, era mejor apretar REC y grabar encima de aquellas canciones que no dejan de sonar en mi cabeza. Tal vez esa sea la única forma de seguir adelante y no terminar siendo el señor de 80 años, que vive entre el polvo, los recuerdos y la soledad, y que nunca pudo poner pausa a la misma canción cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Porque en la juventud prefirió un remember. Un maldito remember con su ex.

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