Capítulo XIV

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Estaban hablando sobre cuál era la mejor mascota, mientras yo volaba por mi mente pensando en aquel chico.

—¿Margot? —me llamó Alexia—. ¿En qué piensas? Has estado muy callada últimamente —apuntó.

—Hummm... En nada —contesté.

—Vamos —sonrió Niviuanga, haciendo bailar las cejas—. No hay necesidad de pretender... ¿Cómo se llamaba? ¿Nicholas? ¿Nicolaus? ¿Nicolis? —intentó adivinar.

—Yo creo que sé —ayudó Emily—. Nicolai... Ese que va en último grado.

—¡Ah! ¡El de la excursión! —rememoró Alexia—. Al final las cosas funcionaron —sonrió—. Y, ¿cuándo será la próxima?

—¡Les dije que no pensaba en nada! —protesté, sintiendo el calor subir por todas partes.

—Ay, vamos, admítelo —insistió Alexia, ladeando su melena afro.

—Déjenla tranquila —me ayudó Mary—. Está en el proceso de aceptación de sentimientos.

Miró a las demás como sus cómplices. Rodé los ojos.

—¡Les dije que no! —insistí.

Todas rieron.

*  *  *

—Vale, ¿te parece si tú investigas sobre el ítem uno, tres y seis, y yo averiguo de los restantes? —preguntó Ted.

—Sí, genial —accedí—. Igual, si tengo alguna duda, te escribo.

Sentía compasión por Ted, íbamos a hacer un trabajo de física juntos. Ojalá le hubieran asignado a alguien más competente, como Alexia o Niviuanga.

—Bien, entonces de ahí hablamos —dijo—. Nos vemos —se despidió.

—Adiós —respondí.

Me sentía cansada luego de la extensa jornada escolar.

«Todavía tengo que ir a buscar a Kitty a la escuela. ¿Cómo accedí?» pensé. Caminé unos pasos a velocidad de tortuga, consciente que iba muy atrasada para recogerla, pero realmente no tenía ganas de hacerlo. «Ay, por lo menos está cerca, solo unas calles de distancia».

Una voz familiar me detuvo, ofreciéndome una excusa para detenerme.

—¿Sabías que Ted ganó un concurso de física el año pasado? —comunicó la persona a mis espaldas. Di media vuelta—. Es un genio—halagó Nicolai.


Flashback... 

—¿Te parece que luego hablemos del tema número cuatro? —preguntó mi compañero de física, mientras se acomodaba los lentes, tic que tenía—. Es que, si hacemos los otros primero, se nos facilitará mucho más, ya que el cuatro es la versión difícil del uno y tres.

—Sí, por supuesto —contesté. Se posicionó nuevamente los anteojos—. Nos vemos entonces.

—Vale, adiós —se despidió.

Lo vi alejarse. Un brazo se posó sobre mi hombro. Di un respingo, pero luego deduje quién podía ser.

—¿Sabías que ese imbécil tiene un cuaderno de deseos? —chismoseó Santino—. En su lista señalaba que quería operarse para no tener que ocupar anteojos.

Arrugué el entrecejo.

Fin del flashback...


Mi sangre hirvió un poco.

«¿Cómo no me di cuenta de que era un cretino?».

Alejé su recuerdo de mi cabeza y me concentré en el presente, que era lo que realmente importaba.

Dejándote atrásWhere stories live. Discover now